Cuando quieres hacer lo que nadie ha hecho (cosa, por cierto, harto imposible a estas alturas) te sale esto: un producto pesado, brasas y cansino.
Que no tiene mala pinta por el inicio, pero que se va diluyendo en un laberinto de situaciones diferentes que se superponen con personajes raros y situaciones sin pies ni cabeza.
Es como esas historias con muchos personajes y desarrollos diferentes, a lo Robert Altman, aunque sin su gracia y poderío.
Qué pinta una detective embarazada de siete meses investigando un asesinato sin sentido. O una sacerdote pasada de roscas. O un concejal laborista sin chica ni limoná. O su ex mujer a la que se le va la olla. O la vendedora de pizzas acelerada.
Todo muy loco, muy mezclado, muy brasas, muy original sin tener sentido. Surrealismo y realismo en plan Londres siglo XXI, es decir, un potaje de garbanzos con algarrobas, pescado crudo y líquido de freno.
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