Todo ello gracias a una mezcla de suspense y brutalidad que no abandonan la historia hasta el final.
Billy Bob Thornton crea uno de los mejores personajes de la tele: un sicario psicópata y filósofo. Una máquina de matar, sin remordimientos ni complejos. Un ser deleznable, al que no se logra odiar por una especial inocencia o simpatía que desprende, o por la identificación que nos hacemos con un ser, al fin y al cabo, tan desgraciado, pese a ser el dueño de la guadaña.
Martin Freeman, el apocado vendedor de pisos y locales sufrirá una transformación que lo llevará a convertirse en un demonio en vida. Tampoco lo odiamos porque llegamos a entender los motivos que le llevan a transformarse de un pacífico Jekyll a un mísero Mister Hyde.
El espacio por el que se mueve la acción, repleta de mentiras, amor, brutalidad, esperanza, tragedia, comedia... es perfecto: una localidad fría y nevada a pocos kilómetros de Reno, ciudad del juego y la mafia. Es como si Disneyland fuera ocupada por Jack 'El Destripador'.
También es genial el papel de la policía del pueblo, la siempre lista y empática Molly Solverson.
Hay momentos antológicos, como en encuentro en un hotel entre Freeman y Thornton. O cuando dos sicarios son enviados a acabar con el segundo. De lo mejor del cine. Porque esta pedazo de serie no se queda en la tele. Esto supera al medio. Es cine, en pequeña pantalla, y del bueno.
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