'Hijos de la anarquía' no me enganchó en su primer capítulo. Pero sí lo hizo después. Y mucho. Filosofía y sangre dominan esta serie. Nos identificamos con un club de moteros, queremos a sus integrantes, pese a ser unos auténticos h d p. Nos gustan sus valores. Pura mafia: compañerismo, lealtad, violencia, fuera de la ley, anarquía, colectivismo...
El jefe del club de moteros de California, extorsionadores y traficantes, es un genial Ron Perlman (un no menos genial contrahecho de 'El nombre de la rosa' y al brutal 'Hell boy') que da vida al duro Clarence 'Clay' Morrow. El vicepresidente del club y protagonista principal es Jackson 'Jax' Teller (perfecto Charlie Hunnam), con pose de modelo, se mueve entre la violencia más salvaje, la inteligencia más astuta y las bases filosóficas de su padre, una especie de Sun Tzu.
La riqueza de esta serie, además de la connivencia de los 'Hijos de la anarquía' con el IRA Auténtico y la banda de los 7, es la guerra declarada a los moteros chicanos y al FBI. A todo ello se juntan unos personajes más que atractivos, contradictorios y con muchas aristas.
Están el mujeriego y matón Alexander 'Tig' Trager (da verdadero miedo el más que bueno de Kim Coates), el sanguinario, gordo y putero Robert 'Bobby Elvis) Munson (brutal Mark Boone Junior), el inestable y joven Harry 'Opie' Winston, y el inocente y payaso de Kip 'Medio Huevo' Epps.
A estos se les suman los personajes femenino, encabezados por la dura, pasional, maquinadora, inteligente y poco escrupulosa Gema Teller (pedazo de Katey Sagal), la médico y novia de Jacks, Tara Knowles, la yonqui Wendy Case y la reina del porno del pueblo.
El sheriff a punto de jubilarse y su ayudantes son otros de los principales atractivos de esta especie de 'Los Soprano', versión custom.
'Hijos de la anarquía' es pura dinamita. Con unos guiones y personajes que rozan la perfección enganchan por tocar todos los palos del alma humana, por ofrecer unas situaciones extremas y ser un canto a la libertad más absoluta, aunque sea a costa de las leyes y de la sangre vertida. Un clásico imprescindible.
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